Maternidad pura y dura es lo que se puede leer en este libro: el que dejé para cerrar este año y sentarme a degustar plácidamente una experiencia real y cercana sobre lo que es ser mamá, quitando mitos e ideales, sobre esta etapa. En 'Un amor líquido’, Carolina Vegas nos cuenta sobre los sentimientos de confusión cuando nuestro cuerpo y vida entera comienzan a cambiar: desde los pezones —que a algunas nos comienzan a recordar un pasado indígena de lo oscuro que se tornan—, hasta el dejar ir pues, a veces (la mayoría de las veces), la maternidad y el parto es algo que no se controla, hasta la indefensión que sentimos los primeros días de nuestros hijos, un momento de vulnerabilidad extrema y también de fortaleza absoluta.
Carolina es honesta y sincera para retratar la búsqueda de un embarazo, la llegada de su pequeño Luca, el montón de caras largas cuando anuncian que a su bebé solo lo pueden conocer luego de dos meses, el miedo a hacer algo mal, el papel de la mujer cuando quiere ser la mejor mamá (aunque a la vez sigue buscando su lugar en el mundo), la frustración y todo lo que nos exigimos a nosotras mismas. Finalmente, llega a la aceptación de la madre que somos cuando nos damos cuenta de lo que nos une y nos diferencia con otras y de que —triste o alegremente— ya nunca seremos las mismas. Es precisamente la búsqueda de nuestro nuevo yo, luego de ser madres, porque morimos al ser anterior, irremediablemente.
“A veces me descubro sumida en pensamientos sobre cómo sería mi vida si no hubiera tenido a Luca. Con cierto placer imagino los libros que habrá leído, los vinos que habría tomado y cómo ya habría visto la nueva película de Star Wars.
Quizás tendría un puesto importante en alguna revista, de pronto ya habría terminado la novela que comencé y no supe continuar. Tal vez bailaría aún dos veces a la semana, seguro en puntas, y ya estaría haciendo Fouttes y levantando las piernas alto, muy alto.
Me hundo en esos pensamientos, los saboreo, casi siempre cuando mi Luca está dormido y lo observo con detenimiento.
Mientras tanto, me aprendo de memoria la curva de su quijada pequeña, la redondez de sue mejillas, el largo de sus pestañas (qué envidia tener pestañas así de largas), el botoncito que es su nariz respingada.
A veces, cuando veo mujeres embarazadas caminar como pinguinos por la calle, redondas y rotundas, con cara despistada de ilusión, siento un corrientazo de miedo que me sube por la espalda y pienso: “ellas no saben. No tienen idea de lo que les espera”.
Después. Después es un mundo nuevo, un mundo distinto, sin reserva. Mirar atrás es correr el riesgo de convertirse en estatua de sal, como la esposa de Lot. De vivir en el anhelo de otros tiempos”. Carolina Vegas, página 240.
‘Un amor líquido’ es un buen espejo, no solo para las madres, sino para todos: los padres, abuelos, tíos y los hijos, porque todos somos hijos y, por eso, la maternidad nos atañe y lleva hasta las más profundas raíces. Esto es lo que logra Carolina con gracia, humor y mucha verdad (no me gustan esos cuentos de que la maternidad se parece a un comercial de Johnson & Johnson).
El libro es un retrato muy necesario de ese deseo profundo cuando esperamos un hijo y nos embarcamos en un viaje hacia lo desconocido, a veces con tormentas inesperadas, con paisajes paradisíacos, con momentos de felicidad y otros de desespero, pero con el puerto más seguro: el de ese amor real, terrenal, lleno del líquido de la vida.
“Quiero creer que, así como la lluvia ayuda a que crezca la vida al nutrir las plantas, el agua que me mojó esa noche y la luz de esa luna gigante hicieron de mi cuerpo un campo fértil. En efecto, días después concebimos a Luca, antes de viajar a nueva York. Me emociona ver las fotos de ese viaje, pues ya éramos tres y no lo sabíamos”, Carolina Vegas, Página 44.