Las cosas que nunca tuve

He perdido la memoria. Así es. Sentada en esta habitación me doy cuenta de que he olvidado lo que me ha pertenecido. Ha sido tanto, o ha sido tan poco, que me cuesta seguirle los rastros a esos objetos que se han ido volando al cuarto negro de mis recuerdos.

Me sorprende que, al contrario, mi memoria me permita recordar las cosas que nunca tuve. Sí, esas cosas que añoré poseer, que estuve a punto de obtener, y que por unas u otras razones jamás me pertenecieron.

Si esto fuera un registro cronológico comenzaría por recordar una Barbie gigante y un carro de batería que siempre quise que me regalaran. Sin embargo, en el hilo de la memoria las cosas no funcionan así: vamos siguiéndolo en un desorden exquisito.

Recuerdo que jamás tuve anteojos, ni una bañera. Tampoco he tenido una bata de seda imponente y misteriosa. Alguna vez soñé con tener una pipa, pero jamás me atreví. Tampoco he tenido chimenea, ni un tocadiscos, ni discos de acetato, ni nada que se les asemeje.

Nunca, nunca, he tenido botas largas o un abrigo de piel. Tampoco un jabón de lavanda o un traje de satín. Creó que nunca un horno, o por lo menos no uno que supiera usar.

En mi cocina nunca ha habido quinua o una planta de hierbabuenas. Mi cama jamás la he tendido con una colcha tejido a mano. Nunca compré un jarrón de cerámica, ni una almohada gigante. En mi mesa de noche jamás he puesto una lámpara. Tampoco he tenido un eBook por miedo al cambio.

Creo que me hubiera gustado tener una jaula grande desde la que colgaran rosas y también varios estuches para las cosas que no recuerdo. Esas que me han poseído a mí (¿o yo a ellas?) , pero se han ido perdiendo por la corriente de la vida. Esas que me han dejado o que dejé. Un pisapapeles de oro, un jean, una escoba, un perfume, un cuadro, una repisa, un televisor, un cuaderno con cuentos.

No son muchos los objetos que se quedan (pero sí los que llegan). Aunque tal vez ni siquiera se han ido, si no que siguen rondándome y yo camino por ahí sin darme cuenta.