Se llamaba Paulo, Pablo o Paolo. No recuerdo, ni tampoco alcancé a entender cuál era su nombre por su acento portugués. Tampoco es que necesitara saberlo. Me bastó con mirarlo.
1.70, ojos negros, cara amable y una sonrisa permanente y encantadora. Me atrajo de inmediato. Cruzamos pocas palabras. Alcancé a entenderle muy poco.
Mientras hablamos se levantaba constantemente las gafas de sol para mirarme. Fue el momento que se me grabó en la mente. Quise decirle en medio de mis chapoteadas palabras que se fuera conmigo esa noche, que me dejara ver su cuerpo y que yo también le mostraría el mío, al principio con pena y después, tal vez, con desenfreno.
Después de despedirnos mi mente divagó por sus ojos y luego imaginé cómo sería la vista debajo de su ropa. Comenzó con unos besos suaves, luego nos acariciamos. Yo pensaba en su sonrisa. Y también en sus manos. Lo imaginé desnudo. No fue amor, pero sí deseo. Pensé que sus movimientos serían lentos, luego rápidos. Divague tanto que por un buen rato se me olvido la hora. Estaba tomando un café. Todo con P se quedó en veremos.
No solo P ha sido objeto de mis fantasías. Por lo general las mujeres nos dejamos llevar por este tipo de sueños. En el día o en la noche. Deseos pasajeros que llegan de vez en cuando, se van y vuelven al tiempo,.
Al día siguiente volví a ver a P a lo lejos. Me saludó y de nuevo vi su sonrisa de película. Me dieron ganas de encontrar a alguien con quien aventarme de verdad.