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De mi amor por los libros

Podría hablar sobre muchas historias de amores y desamores, pero existe una en particular sobre la que tengo claro su comienzo y su final. Puede que suene hasta cursi, idílico y totalmente romántico, pero aquí va…

Comenzó a mis dos o tres años (nadie ha logrado recordar la fecha exacta), cuando ni siquiera sabía leer (no fui una niña de esas precoces que aprenden a leer a muy temprana edad). Tomaba un libro entre mis manos; lo hojeaba; lo mordisqueaba; luego lo olía; y finalmente, pretendía que sabía leer. “A, un….ninoo”, seguro que a así sonaban mis balbuceos. No lo hacía porqué sí, sino que todas las tardes veía a mi primo, tres años mayor, aprender a leer y yo me moría de las ganas por hacer lo mismo.

Descubrí el primer libro, entonces, como una casualidad, igual que ocurre en todas las grandes historias de amor. Después vino el enamoramiento, tras un comienzo de película, en plena separación de mis papás. Yo me quedé con el corazón roto y me despedí del hombre que más he querido. Comenzaron las cartas de mi padre, las postales, las llamadas.

A pesar de la tristeza, de ahí surgió lo más bonito: mi papá se las ingenió para que la distancia no se sintiera tan real, para crear un lazo más fuerte que el tiempo. Cada determinado tiempo me enviaba uno o dos libros. Yo comencé a esperarlos emocionada. La dedicatoria era el momento más fascinante. Iban desde un escueto “te amo, att: tu pa”, hasta mensajes más largos donde me contaba sobre los maravillosos personajes de cada libro, además de lo mucho que me quería y extrañaba.

¿Cómo olvidar uno de los primeros que me envió? Corazón de Edmundo de Amicis, la historia de un niño, que atravesaba una serie de dramas. Suena chistoso, pero terminé pensando que yo era él. Ahora no tengo idea si es un buen o un mal libro, pero en ese momento lo disfrute muchísimo. Después vendrían libros que iban desde las colecciones de Torre de Papel de Norma, hasta Cien años de Soledad y Doce cuentos peregrinos de García Márquez.

Ya han pasado más de veinte años y puedo afirmar rotundamente: sí, sí, sigo enamorada de los libros. Amores perfectos, ninguno, pero este casi lo es. Jamás he querido crear adeptos a una religión o a un partido político, pero al clan de los que leen, eso sí. Desde mi hermanito hasta mi novio, a todos los quisiera contagiar de este amor, que me ha salvado de tantas. Son muchos los libros que me han dado clases de paciencia, amor, honestidad, autocontrol, avaricia, celos y todo lo que enmarca ser humano. Porque en definitiva cada libro abre un mundo hacia el universo humano – ¿y por qué no a otros universos?- y nos transporta.

Hoy no vengo a crear adeptos, pero sí a declararle mi amor ilimitado a los libros que he amado, y odiado. También para decirles a esos personajes que se me quedaron en la memoria como grandes amigos: Gracias!!! Gracias Agustina, gracias Remedios, gracias Rosario Tijeras, gracias Ana Karenina, gracias Aureliano Buen Día, gracias Hajime, y muchos más

Entonces, eso es, una historia tan sencilla, como que a los dos o tres años me dio por tomar un libro, como si fuera un juguete, y comencé a repetir como una lora palabras, que, sin saberlo, me conducirían a otros mundos.


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